sábado, 2 de mayo de 2020

La oportunidad de confinarse con un hijo adolescente

Fuente de la imagen: Pixabay

Al comienzo de la cuarentena no viví esta convivencia intensiva con mi hijo como una oportunidad, sino como una época difícil, que a veces me desbordaba.  
         Recuerdo los primeros días, cuando impusimos normas sobre control de tiempo ante las pantallas, que en estos momentos le absorben. Normas sobre tiempo de trabajo escolar, sobre el reparto de tareas domésticas, sobre actividad deportiva. Ese movimiento generó muchas tensiones entre nosotros, agudizadas seguramente por la presencia continua. Y no se aliviaron hasta que pasamos a escuchar sus necesidades, a dialogar y negociar juntos la organización, dándole su lugar como una persona que ya no es un niño. Escribir los acuerdos finales y las consecuencias de su incumplimiento, para publicarlos después en el salón sí fue un acierto, para no discutir a cada rato lo establecido. Pero dejando la opción de revisarlas. 
         Él tiene un cartel en su puerta que reza: "Necesito un pestillo ya". Y aunque no se lo hemos puesto, nos expresaba con su comportamiento que le hacían más falta que nunca espacios de intimidad inviolables, en esta permanente convivencia forzada. Así que nos comprometimos no sólo a llamar y esperar permiso para entrar, sino a dejarlo solo siempre que lo pidiera. 
         De Antonio Ríos, que es un estupendo psicólogo con recursos de monologuista, aprendí la importancia de escuchar a nuestros adolescentes cuando deciden compartir algo con nosotros, y de hacerlo en ese mismo instante, porque son momentos insólitos y por tanto preciosos, y ellos se retraen si los dejamos para después. Así que cuando me abre su mundo de series de anime o compañeros de videojuegos me paro donde esté a escuchar con atención. Y cuando me pide un abrazo mientras estoy teletrabajando dejo todo lo demás. De otras madres más veteranas he aprendido a intentar disfrutar de esta etapa, que como las otras, también se vuela. 
          Ensayamos, un poco a ciegas, cómo acompañar mejor a este adolescente, desde lo que él realmente necesita, en esta etapa en la que se está construyendo. Y hay experimentos que nos están resultando. A modo de cineclub, cada noche elige un miembro de la familia una película que quiere compartir con los demás, y así descubrimos mundos en el interior de los otros, que están tan cerca pero tan lejos. También juego con él a alternar nuestras canciones preferidas: él escucha una mía y luego yo una suya. Y algunas las añado a mi lista de reproducción. Le hablamos abiertamente de lo que está sucediendo, en los distintos ámbitos, preguntándole su opinión. Comentamos sus dificultades para organizarse y centrarse en el aprendizaje digital, pero ya no intento convencerle para usar mis estrategias, como al principio, sino que investigamos cojuntamente las causas y las alternativas. Hemos hecho juntos ejercicio físico. Y compartimos las bromas que circulan por las redes para encontrar complicidad en la risa. 
         En las últimas semanas me he centrado más en lo emocional. En lugar de intentar mantenerme animada, me rindo a las emociones que me trae cada día: alegría, tristeza, sorpresa, desazón. Y eso incluye también afrontar la frustración  y el enfado con mi hijo que me ha atrapado otras tardes. Las transito, las bailo, las escribo para descubrir lo que me dicen sobre mi. Porque es verdad que siempre muestran más sobre nosotros que sobre los que supuestamente nos las provocan. Y me cuesta. Pero persisto. Pienso que esto será el amor... Compruebo que, cuando más me asomo a las emociones que su comportamiento hace resonar en mi, y más las miro a la luz de mis conflictos y mi historia, menos rabia me ciega. Y sólo cuando consigo esa relativa calma puedo aplicar otros trucos, como contestar con humor a sus salidas de tono, en lugar de tomármelo todo tan en serio y entrar una y otra vez en polémicas estériles. 
         En ese camino de entendimiento, redescubro que una emoción fundamental para construir la resiliencia es la gratitud. Y empiezo a ser capaz de agradecer la oportunidad que estoy viviendo con mi hijo de aprender sobre él y sobre mi misma, aunque no siempre pueda vivirlo así. 
          





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