domingo, 25 de septiembre de 2016


Cuadernos de Pedagogía, No 470, 1 de sep. de 2016, Editar Wolters Kluwer
DESDE MI SITIO
Máscaras en mi aula
Eugenia Jiménez Gallego Orientadora de Secundaria
y profesora de Educación Emocional.

http://esistemica.blogspot.com.es

Empieza el curso y los alumnos y alumnas afrontan otra vez el reto de moverse en su grupo de iguales. Socializarse es uno de los aprendizajes más importantes y que más incide en el rendimiento escolar, porque un año tras otro observo cómo los mecanismos de defensa que utilizan muchos chicos y chicas consumen la mayor parte de la energía que necesitan para aprender. Se dedican a mostrarse peligrosos antes que vulnerables; mejor vagos que torpes; payasos que tristes.
Por eso les planteo una actividad sobre las máscaras. Deben dibujar una careta con la expresión que suelen llevar puesta en el centro: la diversión, la rabia, la indiferencia. Y por detrás describen las emociones reales que ocultan tras esa fachada: las tristezas y los miedos, el resentimiento o la angustia. Cuando toman conciencia de este mecanismo que usan de forma inconsciente, empiezan a mirar su realidad de otra manera. “Profesora: esta semana me estoy quitando la máscara. En mi barrio y en el recreo la tengo que llevar, pero en esta clase puedo dejarla”. Ellos me han enseñado que las máscaras son necesarias en algunos contextos, porque primero hay que sobrevivir. Y por su parte han entendido que “la máscara oculta tus problemas, pero no te ayuda a solucionarlos”. Los docentes podemos ayudarles a desenmascararse en el aula, con actividades de tutoría de conocimiento, de cohesión del grupo, de autoestima. Además, a mí me gusta hacer una ronda al inicio de la clase en la que comparten con el grupo “buenas noticias”: exámenes que han ido bien, pequeños retos que han superado... Momento que aprovecho para reforzar públicamente cualquier avance, para que sientan su yo real más valioso que cualquier disfraz. Y sobre todo, les ayuda a que nosotros nos relacionemos con ellos a cara descubierta.
Solo cuando creamos en clase un clima de confianza y seguridad pueden dejar de mirarse con recelo y volverse a mirar hacia la pizarra.




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